El conductor de TV tenía la viveza del que creció en la calle. Era gracioso, jodedor, siempre amagando con el doble sentido, encendiendo al público con su chispa. El concurso era sencillo, él tenía una lata y cada concursante la suya. Las latas contenían: premios menores, ningún premio y un premio mayor. Solo el conductor sabía los contenidos. El conductor negociaba con los jugadores para cambiar las latas. El juego llegaba a un punto de emoción máximo cuando el conductor se quedaba con el último jugador. Negociaba generalmente una lata que contenía el gran premio y otra que no tenía nada. El jugador decidía guiado por su intuición o por lo que el público del set le sugería a gritos. El conductor tenía la habilidad de jugar con las posibilidades y con la disposición de los concursantes por negociar, entreteniendo a la audiencia en el set y a los telespectadores.