Mi interés por la tecnología no empezó cuando rompí un termómetro para ver la alucinante y extraña naturaleza del mercurio. Ni cuando rompí la pantalla de la tele de casa accidentalmente mientras curioseaba el pequeño universo de cables y transistores que acababa de descubrir al abrirla. Ni siquiera, tampoco fue (modestia aparte) cuando la rompí y la rompo en cada Winning Eleven ante cuanto adversario se me ponga en frente (bueno y si alguna habilidad tengo para las compus si se la debo a mi temprana afición por los video juegos, pero esa es otra historia).
Mi interés en la tecnología comenzó cuando empezaba a maniobrar mi primera PC 286 e intentaba hacer realidad las cosas que se me ocurrían, las cosas con las que soñaba por aquellos lejanos tiempos de c:/en pantalla negra con letras blancas.
miércoles, 26 de marzo de 2008
lunes, 17 de marzo de 2008
El perro caliente y el perro ausente
Siempre pienso y recuerdo a los perros callejeros del Perú, husmeando por los rincones, caminando ligeramente por las calles, libres, simples, dejando a la vista sus costillas y su nobleza. Tomando con tanto entusiasmo las pruebas de cariño como un trozo de pan. Durmiendo profundamente a la sombra de una iglesia, o en las puertas de algún negocio donde un buen samaritano les ha dado algunas sobras, arrullados por el ruido de la ciudad, disfrutando de su libertad y de una panza recientemente inflada. Más de una vez he visto a un perrito callejero durmiendo a pierna suelta, desparramado por algún parque y he exclamado “que buena vida carajo” y ante mi presencia y admiración simplemente se han estirado, abierto en flor cada dedo de sus patas y retomado el sueño con mayor intensidad y gozo.
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