viernes, 3 de septiembre de 2010

El incidente del zancudo y los insectos


No les tenía miedo ni asco y a veces tampoco compasión. De niño pasaba observando e interactuando con las diferentes clases de insectos que podía encontrar en el patio de la casa de mi abuela, que es donde pasé gran parte de mi infancia.

Las hormigas fueron y son mis favoritas. Me gustaba ver como una encontraba la comida y luego cómo, al toparse con otra, la información viajaba de hormiga en hormiga y en poco tiempo una pequeña brigada se empezaba a llevar de manera ordena y eficiente el botín alimenticio. Era un espectáculo en miniatura que me tenía fascinado. Un capitulo del programa alemán "Peter y su cajón de juguetes" me enseñó a quererlas más, a ponerles comida y crearles obstáculos y puentes para luego verlas sortearlos en busca de su alimento.


Con una ramita tocaba delicadamente la tela de araña redonda, densa y perfecta, alojada en los espacios que las polillas dejan en la madera vieja. La araña al pensar que el almuerzo "tocaba a su puerta", asomaba apenas la punta de patas color caramelo por el agujero redondo y profundo por el que cabía apenas su cuerpo. Había que tocar de nuevo la tela para poder verla salir del todo.

A las avispas las atrapaba entre manos que zarandeaba para sentir el sonido como el del popcorn estallando en una olla. Me parecía divertido. Una vez una avispa me picó en la palma de la mano, el juego perdió gracia con la fiebre que sucedió tras la picada. Veía chanchitos de tierra en el jardín todo el tiempo y aunque nunca me gustaron tanto, pasaba mucho tiempo experimentando con ellos. Recuerdo haber sido cruel y desalmado, quizá esa es la razón por la que no he vuelto a ver uno en años.

Verse en un espejo
En el colegio habían hormigas muy veloces, iban como perdidas, sin rumbo, de un lado para otro con un movimiento casi eléctrico y picaban. Una mañana, ya en secundaria, cruzaba el patio para ir al baño y vi a varias de las hormigas electricas-sin-rumbo y empecé a pisarlas como probando mi velocidad y pericia (y mi propia condición "sin-rumbo", claro) el director pasó, me vió y dijo: "claro písalas más fuerte, mátalas a todas" imitándome, haciendo un gesto violento, caricaturizando mi estupidez, como si pusiera delante mío el reflejo de mi ignorancia. Fue un momento clave. Me di cuenta que hacía las cosas sin pensar. Mi amor y profundo respeto por la vida llegó después, mis días de no arrancar ni la hoja de un arbusto llegaron más tarde, aquella vez fue simplemente tomar conciencia de mis actos.

El incidente con el zancudo

Por azares de la vida estoy llevando un curso de teosofía. Increíblemente es gracias a mi madre que llegué ahí (quizá esa era su misión conmigo en esta vida, además de traerme al mundo, claro). Las clases llegaron en un momento justo, cuando ya estaba perdiendo un poco la fe, pero esa es otra historia. El punto es que a mi madre no le gustan los insectos, cuando le digo que las hormigas son mis amigas cree que lo digo para hacerme el gracioso y molestarla, no sabe de las tardes que he pasado observándolas, de cuanto he sufrido al ver cuando mueren, ni de mi emoción al ver como recogen a sus heridos. En la última clase un zancudo empezó a rondar a mi madre, ella se concentraba para atinarle un golpe mortal, el profesor al observar esto le pidió que por favor no lo mate:

-hermana le agradecería que por lo menos en esta clase no matemos - sugirió el profesor con vos calmada, a lo que mi madre replicó:

-es que me quiere picar

-esa es su naturaleza hermana, él la quiere picar porque siente que usted quiere matarla, no le preste atención y se va a ir

-¡Es que me quiere picar! - entonces al parecer el zancudo entendió el mensaje del profesor y se fue atesorando su nueva enseñanza y poniendo su preciada vida a buen recaudo al mismo tiempo.

-El matar, el acabar con la vida de otro ser es un acto violento y la violencia genera más violencia - agregó el profesor dando por zanjado el incidente con el zancudo y continuando con la clase.

Quizá una vida sea más chica que otra y aparentemente con menor valor, pero para el zancudo su vida lo era todo, quizá respetarla (de manera consiente e intencionada) para mi madre significaría un paso hacia una evolución personal. Por lo pronto desde que se enteró que los animales que comemos mueren con una gran violencia y generando un profundo rechazo hacia los seres humanos, tiene toda la intención de dejar de comerlos.

1 comentario :

Anónimo dijo...

necessita di verificare:)