sábado, 6 de octubre de 2012

¡NO TIENE NADA!


El conductor de TV tenía la viveza del que creció en la calle. Era gracioso, jodedor, siempre amagando con el doble sentido, encendiendo al público con su chispa. El concurso era sencillo, él tenía una lata y cada concursante la suya. Las latas contenían: premios menores, ningún premio y un premio mayor. Solo el conductor sabía los contenidos. El conductor negociaba con los jugadores para cambiar las latas. El juego llegaba a un punto de emoción máximo cuando el conductor se quedaba con el último jugador. Negociaba generalmente una lata que contenía el gran premio y otra que no tenía nada. El jugador decidía guiado por su intuición o por lo que el público del set le sugería a gritos. El conductor tenía la habilidad de jugar con las posibilidades y con la disposición de los concursantes por negociar, entreteniendo a la audiencia en el set y a los telespectadores. 

El juego terminaba al abrir la última lata. Otro de los conductores del programa de TV fungía de asistente y era encargado de abrirlas, muchas veces le tocaba ser el primero en abrazar a un eufórico ganador, otras decir con tibia voz:  ¡no tiene nada!  a lo que el conductor repetía a toda capacidad pulmonar, sentenciando la suerte del concursante: -¡NO TIENE NADA! Entonces la cámara enfocaba el rostro del concursante, generalmente desencajado, sosteniendo a las justas una sonrisa marchita, buscando alguna respuesta dentro de la lata o balbuceando algún argumento para no irse con las manos vacías. 

Hace poco escuché un programa de radio donde el conductor ironizaba sobre la paupérrima situación económica de algunos clubes del fútbol peruano, imitando fielmente más de veinte años después, la frase que caracterizaba aquel concurso, de aquel sintonizado programa de TV en donde aquel conductor, decía a viva voz: ¡NO TIENE NADA!

Me di cuenta que a veces la vida nos deja con una lata vacía entre las manos y ponemos la misma cara de gil del concursante que siente que se le ha escapado el premio de las manos. Pero la verdad no hemos perdido si recordamos que al comienzo del juego no teníamos nada y el jugoso premio no fue más que un anhelo, una sabrosa ilusión. Puede ser nocivo tomarse muy en serio el juego de la vida, sobre todo si sólo nos enfocamos en ganar aquello que se termina junto con el juego. O como dice @Mic_y_Mouse: “La vida es como un casino en el que no te cambian las fichas a la salida”.

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