Hace unos días mi primo dijo: “si te das cuenta, todos somos supersticiosos”. Eso me dejó pensando, pues no me considero un amigo de los horóscopos, el tarot o que la suerte de una persona pueda cambiar por el color del gato que se le cruce. He roto espejos, abro el paraguas dentro de casa para no mojarme, he derramado sal, pasé por debajo de escaleras innumerables veces y he leído a través del espejo otras tantas (mi abuela aseguraba que era tan malo como romperlo). No porque desafíe las supersticiones, tampoco me preocupan mucho, ha sido más por torpe, distraído o quizá por ver al Chapulín Colorado y al Chavo de 8 por años. De niño una gata negra a la que bauticé como Popotes era la mejor compañía que un hijo único con padre que trabaja y madre lejos podía tener. Y si bien no me gustan las herraduras, si me ha gustado desde niño llevar una piedra en el bolsillo o atesorar objetos pensando que me traen suerte o me confieren poderes mágicos , a eso si le entro, me parece divertido.
Mi madre por el contrario es tremendamente supersticiosa, no cuenta pesadillas antes del medio día por temor a que se cumplan y no le gusta recibir cubiertos de mis manos pues asegura un mito urbano que podríamos pelear. Esa superstición no falla y vaya que discutimos pues que me pone del mal humor ver como evita darme cubiertos y tijeras en las manos. Creo que ella conoce todas las supersticiones habidas y por haber e intenta cumplirlas al pie de la letra. Yo en cambio soy de los que sostiene que llevar una pata de conejo puede traer más mala suerte que nada, siempre le digo a mi madre que la entierre (como haría mi héroe Kwai Chang Cain) así el conejo descansará en paz, ella estará en armonía con la naturaleza y quizá de esa manera la suerte le brinde una mejor sonrisa.
Dándole vueltas al asunto y pensándolo bien, me he descubierto algo así como una superstición. Es algo tonto e inventado por mi, pero que tengo en cuenta como muchos tienen en cuenta los signos del zodiaco, el tarot, los caracoles, la numerología, el horóscopo chino o el maya. Está relacionado con una de mis más irracionales y grandes pasiones en esta vida: el fútbol. Y tranquilamente podría ser bautizada como la futbología. Hay algo que me tiene contento desde siempre, algo que me hace sentir que fui un niño con estrella: nací en el año en el que el planeta celebraba una copa del mundo: un mundial de fútbol. Ese año se jugaba la máxima fiesta del deporte rey, la dinámica de lo impensado se daba cita y se celebraba en el corazón de todos los que vivimos y disfrutamos de esta pasión.
- Un mundial en Sudamérica – diría con voz seria un futbólogo mientras revisa un álbum de argentina 78 con detenimiento, como quien lee el destino en hechos futbolísticos, encontrando relación entre la información y la vida de uno. Un mundial en donde participó el Perú agregaría, poniendo el dedo sobre una figurita de Cubillas y levantando las cejas, pero al dar vuelta a la página sentenciaría: aunque aquí veo que fueron eliminados por goleada.
En mi defensa le recordaría:
- Pero los tres volantes de la selección de Perú fueron elegidos como la mejor volante de la primera etapa y eran coincidentemente los tres del club de mis amores.
- Eso te salva hijo - diría el ficticio adivino, asintiendo con la cabeza, además que esa eliminación de Perú tiene un capitulo en el libro negro de los mundiales. ¿Cual es tu selección favorita?
- Holanda, desde niño. Además el naranja es mi color favorito, en más de una ocasión especial me puse una camiseta naranja que llevaba el apellido Cruyff en la espalda. Además es la tierra de los tulipanes que esconde tesoros que anhelo!!!
- el futbólogo respondería con mueca y actitud como si la futbología hubiera acertado una vez más:
-Es lógico, aquí está. La Naranja Mecánica jugó esa final y tu destino está influenciado por Holanda evidentemente y los otros tres países que quedaron entre los cuatro primeros. (Argentina, Brasil e Italia)
-Son países que me gustan y casualmente he visitado dos de ellos- agregaría con la boca entre abierta.
Si bien nací en el año de un mundial, cuando nací el mundial ya había terminado hace cinco meses. Quien sabe si mi suerte sería mejor si es que nacía el día de la inauguración, el de la final o si Perú hubiera salido campeón como repite el estribillo de una alegre la canción.
No puedo negar que cuando una muchacha me gusta me anima saber que nació en el 78, 82, 86 o ¿ por qué no una ragazza del 90? Aunque debo confesar que una vez me robó el corazón una niña que nació el año en el que se celebraba una olimpiada, pero esa es otra historia. En conclusión, mi primo tiene razón, todos tenemos algo de supersticiosos de algún modo u otro en mayor o menor intensidad. Pero como con el fútbol, cuando el partido no está divertido o la cosa no está buena, cambio de canal, me invento otra cosa o escucho al viejo Howlin' Wolf.
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