jueves, 4 de diciembre de 2008

La vida silvestre en WPB: las arañas gigantes


Todas las noches saco a pasear a Harpo y Dharma. El cielo está generalmente despejado, se pueden ver las estrellas y se siente un enorme espacio sobre la cabeza. Dentro de las casas las luces están encendidas y los reflejos de los televisores se proyectan en las cortinas. Ocasionalmente se puede ver a alguien fumando un cigarrillo o conversando por el teléfono, pero la calle está generalmente vacía y se oyen pocos autos. El camino hace una curva por el jardín de una casa que tiene un pequeño bosque de bambú. El área es pequeña pero tupida en bambúes de altas y frondosas copas. El viento menea el pequeño bosque y el sonido de las hojas es como el susurro de la noche, cuando el viento es fuerte se oye el rechinar de los finos troncos de bambú y el sonido de las hojas se hace más fuerte, dejando la sensación de un bosque que ha cobrado vida en complicidad con el viento y la noche estrellada. Ese mismo camino lo recorro por las mañanas. Pero por la noches todo es distinto, hasta las arañas cubren ocasionalmente el espacio aéreo con sus telas, por eso es normal que me enrede con alguna de ellas. No puedo negar que las primeras veces me ponía nervioso la idea de una araña caminando en mi pelo. Esa sensación era la que me obligaba a que acelere el paso e improvise algunos nerviosos pasos de baile para jubilo y deleite de Harpo y Dharma, pues no hay nada que les emocione más que verme correr, jugar o improvisar unos pasos de baile. El tiempo y el recurrente contacto con las telas de araña terminaron por acostumbrarme y confiar que nada malo pasaría. Ahora simplemente me sacudo brazos y pelo rápidamente y continúo con el paseo como si nada pasara, pues imagino que las arañas esperan otro tipo de presa, no una que se lleve la tela puesta.

La cosa cambió hace un tiempo. La temporada de huracanes para suerte de Florida no hizo aún honor a su nombre. Sólo se dejó sentir un no menos temido tornado, relativamente cerca de donde vivo. Esos días fueron de intensos chaparrones, interminables tormentas y vientos impresionantes que levantaban las orejas a Harpo y Dharma. Hubo noches en las que los azotes de lluvia y viento contra la ventana de mi cuarto me despertaban. El sueño se me complicó cuando en una ocasión el estruendo y la tormenta eran de tal violencia que Harpo empezó a llorar. Intenté que se calmara de muchas formas, pero fue inútil. Resignado y muerto de sueño tuve que bajar con mi almohada bajo el brazo a dormir en el sofá de la sala. Harpo se calmó y me dejó dormir. Rodeado de más ventanas, no fue sencillo conciliar el sueño al principio, pero el cansancio terminó ganando, a pesar que el fuerte viento empujaba la puerta como si el mismísimo Hulk estuviera dándole unos palmazos. Los días de tormentas acabaron esa noche. Al momento del paseo diurno las cosa había cambiado. Los fuertes vientos habían removido ramas y hojas secas y las había esparcido por todo lado. Los tachos de basura habían volado de un lado para el otro. Y en el pequeño bosque de bambú los vientos habían sacudido tanto que un tronco seco había caído y unas gigantescas arañas habían sido arrastradas cerca del camino. Tejían sus nidos a una distancia que ponían en alerta y susto a más de un transeúnte. Los niños que van por las mañanas a la escuela hacían una pausa para verlas, pero a respetable distancia, alertas, con miedo a que quizá peguen un salto. Al día siguiente me crucé con el vecino que pasea todas las mañanas una pequeña poodle blanca llamada Pebbles. Llevaba una delgada, larga y conveniente varilla de madera, como para asegurarse que ninguna araña se cruce en su camino. Nos paramos frente a la araña que estaba más cerca de nosotros, era muy grande, me contó que averiguó en Internet que no era una araña peligrosa, que los hombres no estamos en su menú y sólo pueden ser peligrosas cuando son molestadas, “pero meten miedo” dije, “si están muy feas” agregó. Yo había advertido la existencia de estas arañas, pues muchas tejen enormes telas en lo alto de los cables eléctricos. Luego de verlas de cerca ya no camino tan alegremente por las noches, camino por la pista, conservo mi distancia, para que no se me aparezcan ni en sueños.

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